Por: Paulina V. Roldán*
Cuando éramos pequeños y no teníamos la oportunidad de cuestionar a nuestros mayores, debíamos seguir al pie de la letra todo aquello que se nos indicara. Esto con el fin de no obtener castigos por conductas inapropiadas, según los adultos, queríamos que estuvieran felices con nosotros para que así pudiéramos obtener algún tipo de premio a cambio. De una o de otra forma estábamos bajo el mando total de nuestros mayores y sabíamos que el cumplir sus expectativas respecto a nuestras conductas nos convenía y el no cumplirlas, nos traería consecuencias negativas. Después hacíamos negociaciones básicas con ellos, nos pedían que recogiéramos nuestros juguetes y a cambio podíamos recibir una hora de juego libre o un helado.

Pero luego crecemos y dejamos de ser unos niños que pueden conformarse únicamente con recompensas inmediatas a cambio de “buenas” conductas, se nos complican más las cosas puesto que la interacción social incrementa, los deberes, las responsabilidades, las exigencias, los cambios, las cosas importantes para nosotros, todo incrementa. Nos relacionamos cada vez con más personas, nuestro mundo se amplía y nuestros actos suelen traer más consecuencias reales y repercusiones en el entorno, de forma que inevitablemente nos posicionamos en el mundo.
Comenzamos a enfrentarnos a reglas, normas y leyes que abarcan más que sólo el núcleo familiar. Conforme pasan los años y nos alejamos más de la infancia, nos vamos enfrentando a una fuerza más impactante que la de nuestros padres, a la fuerza de la sociedad.
Surgen inevitablemente una serie de preguntas: ¿Qué esperan de mí los demás? ¿Qué espero yo de ellos? ¿Cómo es actuar correctamente? ¿Qué es todo aquello que no debo hacer? ¿Con qué me identifico? ¿Qué, de lo que hacen los demás, choca conmigo? Y de acuerdo a las respuestas que vamos encontrando en el camino, de acuerdo a las ideas que tenemos de nosotros mismos y de cómo deben ser las cosas, hacemos amigos, tenemos preferencia por pasar el tiempo con ciertas personas, por hacer algo con mayor frecuencia que otra cosa, elegimos y tomamos decisiones.
Se siente bien comenzar a tener la capacidad de decidir.
Aquí es cuando debemos frenar un momento y cuestionarnos por qué hacemos lo que hacemos y por qué motivos no presentamos conductas diferentes. Hay actitudes que los demás tienen que no nos parecen adecuadas, que nos molestan e incomodan, habrá que preguntarnos ¿cuáles son esas actitudes? Si es algo que te molesta, está claro que no es algo en lo que creas y mucho menos algo que seguirás. Estarás quizá del lado opuesto a lo que representa
Pero no todo es negativo, también existen personas que vemos y poseen los valores con los que nos identificamos, aquellas cualidades que poseemos también o nos gustaría en algún momento desarrollar. Eso, amigo mío, lo eliges tú, nadie más. Porque nadie puede trazar tu camino, sólo tus decisiones. Procura cuestionarte a cada paso que des, si en verdad quieres darlo. Ve más allá de las superficies.
¿Qué buscas experimentar en tu vida? ¿Justicia? ¿Igualdad? ¿Respeto? ¿Diversidad? ¿Amor? ¿Honestidad? Antes de responder a esto, pregúntate qué significa cada una de las palabras mencionadas. ¿Qué elegirías tú para formar tus principios? Haz tu propio juicio, tu propio camino, porque finalmente las decisiones que tomes hoy y los valores que elijas, te acompañarán el resto de tu vida y crecerán junto contigo.
Fuente: Julie Yllogique. yllogique.tumblr.com
Nota: El presente texto forma parte un proyecto estudiantil entorno a la adolescencia, el cual se publica en http://adolescenciaconsentido.blogspot.com como parte de la asignatura Desarrollo psicológico de la adolescencia. Se invita al lector a visitar dicho sitio web.

Referencias
- Papalia, D., Wendkos, S. y Duskin, R. (2009) Desarrollo humano. Bogotá. McGraw-Hill.
*Estudiante de 2do semestre, Licenciatura en Psicología, Universidad Latinoamericana.